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◖ 20 ◗  

ALEJANDRA.

La incomodidad y el hormigueo que recorría la parte superior de mi cuerpo, me hizo largar una queja en voz baja. Abrí y cerré mis manos sintiendo como un cosquilleo —que dejaba la impresión de que se trataba de millones de hormigas caminando sobre mi piel, todas hacían su recorrido desincronizadamente y sin ningún sentido aparente— recorría cada centímetro de carne y que, por encima de esa extraña caminata, había algo cálido y suave envolviéndolo todo. Tragué saliva, notando mi boca pastosa y seca a causa de no haber bebido algo antes de quedarme dormida.

Cuidadosa y lentamente abrí mis ojos, tratando de no dañarlos por la intensa luz que me recibía.

Parpadeé un par de veces hasta ver todo con claridad; a diferencia de la habitación anterior, ésta estaba demasiado iluminada con pequeños bombillos cerca de cada una de las paredes, y uno en el centro del techo. No divisé ninguna ventana o muro que cubriera algún baño, solo vi una diminuta cama frente a mí y después de eso, nada. Cada metro cuadrado estaba libre y sin obstáculos, al parecer lo único que había dentro de ese espacio era yo, y me sorprendió encontrarme en ese lugar en específico y no sobre el colchón, ¿Así demostraban su odio hacia mí? ¿Dejándome en un sitio incómodo? Era un claro escarmiento para que supiera que me había equivocado con algo y que no debía de volver a cometer tal error.

Un completo comportamiento infantil de hombres adultos. Eso era.

Pude apreciar la blancura que habitaba en todo mi alrededor, incluso estaban los distinguidos almohadones blancos que parecían formar parte de las paredes, como si fueran alguna clase de protección.

¿Qué clase de lugar es este? ¿El cuarto acolchonado anti-daños?

— Estoy en una habitación de aislamiento.— le informé a mi consciencia.

¿Por qué me había encerrado allí? ¿Esas alcobas no eran utilizadas por paciente que eran propensos a lastimarse a ellos mismos? ¿Acaso pensaban que me iba a lanzar sobre las paredes o suelo hasta que viera escurrir mi sangre por cada herida?

Era absurdo que me trasladaran hasta ese sitio asfixiante que parecía interminable y que, para cualquier persona que sufriera claustrofobia, sería su perdición.

Mi rostro se desfiguró en una mueca de dolor cuando mi cuello crujió al moverlo hacia un costado, dejándome captar lo contraído que estaba por haber permanecido tanto tiempo en una mala postura. Sabía lo que me faltaba para poder tener un buen despertar y que cada nudo desapareciera; siempre me había desperezado sobre mi cama durante un par de segundos antes de comenzar con mi día, era gratificante sentir la liberación de tensión en cada uno de mis músculos y dejar a un lado el entumecimiento en ellos. Conocía la bella sensación que se tenía después de aquel grandioso momento, por lo tanto no perdía más tiempo.

Inflé mis pulmones de oxígeno y lo liberé con confusión al percatarme de que mi dichoso estiramiento estaba muy lejos de ser iniciado...

Al querer elevar mis brazos los sentí apretados y cruzados uno arriba del otro justo en la parte superior de mi abdomen. Alcé una ceja y bajé la mirada provocando que el roce de la tela con mi mentón me causara cosquillas, pero nada evitó que me llevara la segunda sorpresa del día; al parecer la blancura que me rodeaba no terminaba allí porque incluso la parte superior de mi traje era de un blanco muy intenso, lo cual me alarmó.

¿No llevaba la vestimenta del psiquiátrico la última vez que estuve consciente? ¿No tenía puesto el overol que creía que le pertenecía a Víktor?

Bueno, aunque si nos poníamos a pensar en todo lo que había cambiado desde esa vez; mi vestuario podría pasar desapercibido, y quien se llevaría la completa y absoluta curiosidad y asombro sería la habitación que pasó de ser tan oscura como la misma noche a ser un despertar repleto de luz. Y mejor ni hablábamos de lo que creía y lo que no, porque después de enterarme que era una paciente en el psiquiátrico donde pensaba que era una respetada psicóloga, ya no sabía si confiar en todo lo que oía, veía o sentía.

Sinceramente no podía explicar qué sucedía conmigo al descubrir que mi magnífica vida solo era una fantasía, me dolía saber que nada que lo que pensaba verdadero lo era. Me había imaginado a un mejor amigo con quien compartir los buenos y malos momentos, lo había visto sonreír y hablarme tan cariñosamente que me ardía el corazón el saber que jamás había ocurrido. Ni siquiera había tenido un jefe bondadoso y atento que confiara en mí, o un trabajo que amara. Me había envuelto en una vida tan perfecta que aun no podía reaccionar y admitir que todo era falso.

Mi existencia era una maldita bola embustera repleta de injusticias, engaños y calumnias creada por mi propia mente. Metafóricamente me había estafado a mí misma.

El intentar recapacitar y entender que mi cerebro podía crear momentos en mi vida que no ocurrían en realidad, me hizo tener muchas dudas respecto a lo que sí había sucedido en mi vida. ¿Alguna vez tuve un mejor amigo? ¿Un jefe? ¿Un bonito hogar? ¿Había tenido empleo antes de convertirme en una demente?

¿Siquiera había terminado la universidad?

Esa interrogante me hizo pensar en la señora Chen y mi madre; en las conversaciones que habíamos tenido, en los obstáculos que habían aparecido a lo largo de los años para que no pudiéramos vernos y platicar como era debido, y en los recuerdos que creía reales ¿Las conocía o solo eran parte de mi fantasía? ¿Esas personas sabían de mí y de mi condición? ¿Estaban preocupadas por mí? ¿Mi progenitora en realidad estaba enfadada conmigo? ¿Me odiaba y seguía insistiendo en que no tenía una hija?

El desvío de la realidad ha sido muy poderoso.

No, no había tal desvío.

La negación permanecería en mí hasta que pudiera escapar de aquella broma de mal gusto que Víktor había hecho, y enfrentar a todos los involucrados en el asunto. Al fin de cuentas, seguía con el pensamiento de que él tenía la culpa de todo, y que, después del mal momento, podría continuar con mi día tan normal y tranquilamente como si nada hubiera ocurrido. Tenía que recuperar mi vida y decirle adiós al caso y a ese alemán que solo lo había dañado todo, mi rutina era mucho mejor y más relajada antes de que Heber apareciera, y por nada en el mundo dejaría que se saliera con la suya y que continuara arruinando lo que había hecho desde el inicio. Porque podían llamarme como quisieran; vestirme como lo que se les diera la gana, sedarme y querer hacerme creer que había ingresado al psiquiátrico desde hacia más de ocho meses, pero hasta que no tuviera las pruebas que comprobaran cada una de esas palabras no aceptaría nada.

Moví mis manos y recordé que la tela también las cubría, esa sensación de opresión me hizo sentir aún más atrapada que cuando desperté en el cuarto número 07. Y por más que traté de zafarlas con movimientos bruscos y rápidos, nada parecía funcionar.

¿Qué clase de traje era ese?

Blanco y que ocultaba toda la parte superior del cuerpo, incluso las manos.

Blanco y que...

Todo pensamiento desapareció por completo en solo un latido; la respiración se quedó atorada en la mitad del camino dentro de mi garganta haciéndome toser, el hormigueo en mis dedos y las contracturas en mi cuello y parte de mi espalda pasaron a un segundo término en el mismo momento en que pude escuchar los pálpitos de mi corazón resonando con más fuerza en mis oídos justo cuando comprendí lo que llevaba puesto.

Una maldita camisa de fuerza.

Por supuesto que no podía errarle a algo así,  había visto muchas de ellas y las conocía de memoria al ser usadas por pacientes violentos y sin autocontrol.

¿En serio? ¿Era necesario utilizarla conmigo?

Los recuerdos volaron rápidamente en mi cabeza, dándome una gran aclaración; claro que era necesario. Le había dado un puñetazo a Campos, uno que seguramente no olvidara en los próximos días y que me dejaría a mí como su único pensamiento al verse frente a un espejo o sentir dolor en su labio. Debía de decir, y con toda la intención de defenderme, el golpe era algo que se merecía por impedir que me acercara a mi mejor amigo. Y teniendo en cuenta que, en ese momento, estaba rodeada por tres hombres fuertes que me detendrían ante cualquier situación, mi única manera de interactuar con ellos era poniéndome a su lado, cosa que, por supuesto, no pudo ser gracias al guardia. Tal vez no lamentaba el haberlo golpeado, pero sí el no haber tenido la oportunidad de hablar con mi amigo y, en la mejor de las circunstancias, poder abrazarlo. Echaba de menos todo de él y solo pedía un mínimo acto afectuoso para no sentirme tan desolada y deprimente.

Mi amigo Eddie… o Ed, como se hacia llamar, no pudo — por no querer pensar en que no deseaba— rodearme entre sus brazos y decirme cerca de mi oído que todo terminaría bien.

Porque, al estar envuelta en medio de tantas cosas negativas, necesitaba de algo que me mantuviera a flote y así poder darle pelea a la situación. Pero, lamentablemente para mí, nada de eso sucedía; con cada segundo transcurrido sentía que perdía la batalla, y solo quería rendirme.

Quería gritar por ayuda, rogar para que todo volviera al día anterior o que simplemente el tiempo se detuviera hasta que encontrara la solución a mis problemas. Deseaba poder cerrar mis ojos y que, al abrirlos, todo se encontrara de la misma forma en que lo recordaba; mi casa, mi trabajo, las personas que conocía. Pedía despertar en mi vida pasada, volviendo a todo lo que estaba acostumbrada y que por momentos me molestó, y ¡Mierda! Tenían razón sobre que no valorábamos lo que teníamos hasta que lo perdíamos. Un claro ejemplo era el mío; había repudiando tanto las cosas que hacía día a día y me había cuestionado por qué no realizaba un cambio, que, al estar encerrada, me importaba muy poco que mi rutina fuera tan básica y vacía, yo estaría más que feliz por recuperarla. Pero, por obvias razones, restaurar mi vida era un tema muy complicado y casi imposible de realizar.

Si tuviera que darle una definición al lapso de existencia que había pasado hasta ese entonces, diría que era como estar montada encima de una montaña rusa; había tenido un buen inicio, con risas por las cosquillas que el subir y bajar provocaban y los gritos de alegría que se podían escuchar a cuadras de distancia, pero que, luego de terminar la ruta misericordiosa, me encontraba en el instante en que las vías estaban en el punto de descenso más poderoso y violento. Los carritos se deslizaban sobre el camino hasta la pendiente sin detenerse y, por supuesto, sin menguar su velocidad, causando que mi corazón se detuviera por el miedo de no saber qué sucedería después. Si hubiese tenido alguna pequeña chance, me habría bajado de ese juego extremo y aterrador en ese preciso momento.

Solo pedía que el retorno fuera mejor y que el trayecto del riel a la hora de alzarse tuviera un estilo más reconfortante y calmo y que, durante el procedimiento, me devolviera lo que había perdido hasta ese momento: paciencia, estabilidad, serenidad y, sobre todo, libertad. Y eso solo sería el inicio de un sinfín de deseos que estaba dispuesta a reclamar por toda la crueldad y amargura que me habían hecho vivir, sabía que al finalizar vendrían más pedidos de cosas que me habían arrebatado, pero debía de centrarme en que mi propósito fundamental era recuperar la amistad que tenía con Eddie.

Porque no me importaba lo que dijera, o lo que quisiera hacerme creer, para mí, él era el mismo. Mi compañero de hogar; mi consejero, mi escudo, mi salvavidas… mi todo.

— Prometo recuperarte.— le susurré al aire con la imagen mental de mi amigo sonriéndome.

Miré otra vez lo que no me dejaba moverme con facilidad; la camisa de fuerza me llegaba hasta la mitad de mis muslos, podía sentir y ver algunas hebillas y los que parecían ser cinturones negros haciendo contraste con la tela. La correa que pasaba por mi entrepierna estaba un poco ajustada de más, y comenzaba molestarme. Además de no haberme dejado sobre la cama, se habían tomado la molestia de fastidiar más mi estadía al apretar innecesariamente los cintos que me mantenían casi inmóvil.

Me removí en mi sitio en un fracasado intento de no permanecer por mucho más tiempo en la incómoda posición en la que estaba; el tener la espalda apoyada en una de las paredes, y a eso agregarle estar sentada sobre el suelo, no era una manera muy agradable de pasar mi estadía, al menos no si quería mantener mi cuerpo sin dolores. Era molesto y dañino, ya que de nada servía que la habitación estuviera protegida por muchos almohadones cuadrados si me iban a dejar como un trapo sucio a un costado del lugar y no donde debería de estar: sobre la cama. Podía sentir como la superficie debajo de mí parecía una roca fría y deforme que estaba causando que mis nalgas terminaran chatas y contraídas.

Sabía que si continuaba de la misma manera en la que estaba, prontamente dejaría de sentir la parte baja de mi cuerpo.

Eso me hizo querer saber por cuánto tiempo había pasado dormida, ¿Treinta minutos? ¿Una hora? En ese aspecto, me hubiera servido tener un reloj en mi muñeca para verificar la duración exacta en la que me había adentro en el mundo de los sueños, de los cuales no tenía recordatorio. Al parecer la única parte que mi mente conservaba del letargo, era cuando la silueta tenía su momento de gloria y convertía toda ensoñación serena en una pesadilla caótica. Lo cual me tenía un tanto temerosa porque demostraba que a las buenas acciones las borraba por completo mientras que a las malas las dejaba.

Sinceramente no sabía si se trataba de algún método de precaución para que tuviera siempre presente que cualquier cosa podía suceder y que tenía que estar en alerta constantemente, o si a mi cerebro le encantaba mantenerme en control al asustarme, y así evitar alguna contrariedad.

¿Eso último es posible?

Después de despertar en un psiquiátrico, cualquier cosa podía ser posible.

Torcí el gesto cuando sentí una pulsada recorrer toda mi espalda. Si no quería tener joroba y comenzar a caminar como los ancianos o las embarazadas que ponían una mano en su espalda baja para avanzar más seguras, entonces tenía que hallar la manera de ponerme de pie y, si era necesario, gritar como en la otra habitación hasta que Matt u otro guardia se dignara a aparecer. Al fin y al cabo, no esperaría hasta que ellos mismos tuvieran la decencia de acercarse para saber cómo estaba o si requería de alguna cosa, sabía que ese procedimiento llevaría más tiempo del que mi cuerpo podría soportar.

Aun así, quería saber cuándo me sacarían de allí, y por qué tardaban tanto en asomar la cabeza por el rectángulo de cristal que había en la parte superior de la puerta.

Quise hacer memoria y recordar algo que me diera alguna aclaración y que pudiera iluminarme sobre el tema del aislamiento pero, por más que intentara llegar a un explicación, en mi cabeza no había nada debido a que no contaba con la preparación necesaria para una situación como esa. En el nivel 2, el tener encerrado a un paciente en una habitación especial como esa, era algo no tan habitual como se imaginaba, por lo tanto no sabía con claridad qué debía de hacer ¿Tenía que pasar el día entero en ese cuarto? ¿Hasta cuándo me mantendrían en cautiverio? Al menos, ¿Tendría acceso a algún alimento o siquiera poder ir al baño?

Largué un bufido.

Una profesional que no tenía conocimiento de algo básico en su carrera y que no parecía estar a la altura que la situación ameritaba, esa sería mi descripción.

¿Seguirás pensando por mucho más tiempo que eres una psicóloga o aceptarás tu verdad de una vez por todas?

Excelente interrogante. La respuesta aun estaba inconclusa.

Me abrumaba saber que había tenido una recaída y que era un paciente en recuperación ¿En verdad me estaba pasando eso a mí? ¿Cómo había sucedido? Lo había perdido todo tan rápidamente que no quería creerlo, todavía mantenía la tonta esperanza de que nada de eso era real, de era libre y que volvería todo a como era antes.

Y a lo que me refería con antes, era a mi vida previo a conocer a Víktor. Él, quien parecía ocupar mi lugar; disfrutando de mis cosas, mi libertad, mi trabajo y de las personas que me rodeaban. Quien, aunque no lo dijo con las palabras exactas, lo había pronosticado en unas de las tantas sesiones de terapia que habíamos tenido.

Me reí al pensar en eso.

¿Quién no presagiaría algo que él mismo había creado? Era fácil dejar escrito que se aproximaba algo que nadie podría evitar cuando eras tú quién tenía el mando y no habían obstáculos ni impedimentos que pudieran detener tal cosa. Claro que si el mundo entero tuviera la oportunidad lo hubiera hecho, incluso yo. Auguraría el futuro de la humanidad si tuviera la dicha simpleza de idear algo y luego liberarlo para que mundo entero fuera testigo de mi creación.

Era absurdo siquiera imaginar no haberlo visto venir, me lo había advertido pero no le hice caso, y por ello estaba en el lugar que estaba. Tampoco llegué a pensar que algo así pudiera suceder, ni siquiera la mente más loca se esperaría algo como eso, porque era irreal e irracional que, en un abrir y cerrar de ojos, nuestra existencia pudiera ser una muy diferente a la que imaginábamos.

Habíamos intercambiando los papeles; los que antes eran encerrados, en ese momento, eran los más libres.

Y si Víktor tuviera el poder de leer mis pensamientos, hubiera dicho que su estúpido e ilógico comentario del mundo al revés había ocurrido tal y como él lo había mencionado. Había dejado mis cosas para comenzar a usar otras... para iniciar con la vida de alguien más, y dejar atrás la que un día pensé que me pertenecía.

Tuve que decir adiós y olvidarme de todo lo que tenía, para cambiarlo por otros que ni siquiera tuviste la suerte de elegir. Ni siquiera podía explicar la sensación de vacío que sentía dentro de mí, lo había perdido todo y había ganado algo que no deseaba y que no era para mí.

Porque yo podría merecerme cualquier cosa, menos estar encerrada en un psiquiátrico. No estaba loca, no había justificación para que me mantuvieran en ese lugar.

Bufé al oí la maldita risa burlona de la jodida entidad que había comenzado con aquel conflicto. Debía de admitir que cierto empoderamiento había surgido en mí desde que me había despertado en aquella vida paralela. Por lo tanto, ya no temía a sus apariciones, solo sentía rabia.

— Aparece de una puta vez.— le gruñí al aire. Noté mi voz rasposa, algo normal después de haber gritado tanto en la otra habitación.

¿Qué tal el comienzo?— preguntó, haciendo acto de presencia.

En un pestañar lo tenía frente a mí, de pie y mostrando sus dientes. Su negrura hizo contraste con todo el espacio que compartíamos, lo cual agradecí ya que me había sido más que suficiente tanta blancura. Sus ojos rojos me detallaron cuidadosamente y parecieron iluminarse aun más cuando presenció que no había ni una gota de pánico en mí.

— Quiero mi vida de vuelta.

Ésta es tu vida, Alejandra. Ésta eres tú.— dijo, elevando sus brazos a sus costados.

Apreté mi dientes con fuerzas.

— Estás mintiendo, yo no estoy loca. ¡Sácame de aquí!— ordené.

Lo siento, pero no puedo hacer nada más por ti.

— ¿Nada más? ¿Qué fue lo hiciste según tú para decir que no harás nada más?

Te traje de regreso a la realidad.

— No, esto no es la realidad, esto es una estupidez.— escupí con fastidio.

Con cada movimiento que hacia al hablar, sentía un pinchazo en mi espina dorsal, un claro indicio de que el momento de levantarse y abandonar esa mala posición para no volver nunca jamás había llegado. Apoyé aun más mi espalda sobre la pared para usarla de soporte y así ponerme de pie. Y tal vez pude llegar a la mitad del camino, pero no conté con el hecho de que mis extremidades inferiores estuvieran casi dormidas, por lo tanto volví al suelo cerrando mis ojos a causa del dolor que el golpe ocasionó.

Te harás daño si sigues así.

Lo miré con una de mis cejas alzada.

— ¿Y crees que me importa?

Debería de importarte, es tu salud.

— No me digas.— reí sin gracia— No tenía ni idea de que se trataba de mi salud.— el tono sarcástico en mi voz era algo un poco nuevo para mí.

Sólo digo que tu bienestar es fundamental.

— ¿Y tú qué puedes saber de lo que es fundamental y lo que no?

Sé lo que necesitas.

— Sí, lo único que necesito es mi libertad. Así que, haz tu magia y devuélveme a mi vida.

No puedo hacerte volver a algo que no existe, pero sí puedo...

— Escúchame bien, entidad de pacotilla,— al parecer mi comentario le causó gracia porque desvió la mirada en un intento de ocultar su casi inexistente sonrisa— No me interesa nada de ti que no tenga que ver en cómo regresar a...

Reitero: no puedo hacerlo.— me interrumpió.

— Quiero... mi... libertad.— repetí lentamente para que pudiera captar mi petición.

Y la obtendrás, pero no hoy, mucho menos así.— dijo, señalando la camisa.

— ¿Entonces tengo que esperar hasta que me liberen de esta cosa? Eso es fácil.

No me has entendido, — negó con la cabeza— Primero tienes que recuperarte. Debes de volver a ser la Alejandra de antes.

Largué un soplido.

¿Acaso no entendía que para ser quien era tenía que tomar un vuelo de regreso? ¿Cómo esperaba que volviera a ser la antigua Alejandra si no tenía pensado ayudarme en nada? Así como para poder escalar una montaña o hacer buceo se requerían de herramientas especializadas en ese tema, también las precisaba para retomar mi vida, aun cuándo no sabía qué instrumento me sería útil. Sinceramente me conformaba con tener a alguien que me planteara qué hacer y no que me dejara, dicho metafóricamente, varada en la mismísima nada como si se tratase de un documental de supervivencia.

¡Estábamos hablando de mi vida no de un reality show!

— Yo no... ¿Cómo...?— ni siquiera sabía qué preguntarle o decirle con exactitud.

Tu imaginación hizo maravillas al crear un mundo casi perfecto, ahora entiendo por qué te gusta tanto.

— A eso me refiero,— por un momento pensé que estábamos en la misma sintonía— Mi vida era increíble y la quiero obtener otra vez.— tomé una bocanada de aire antes de soltar algo que jamás creí que le diría:— Ayúdame, por favor.— le pedí, y a su vez, para no verme tan desesperada, traté de ponerme de pie. Rogué para no volver al suelo y no supe qué ángel me escuchó, porque conseguí la buena suerte que creía perdida desde hacia días atrás.

Apoyé las suelas de mis zapatos sobre la superficie y me fui deslizando hacia arriba contra la pared, sin despegar ningún centímetro de mi cuerpo porque sentía que si no lo hacia terminaría como la primera vez que lo intenté. Con cada avance dado, sentí que el hormigueo corporal iba incrementando y que me estaba provocando una incómoda molestia, aun así no me importó. Lo único que tenía en mente era quedar a la misma altura que él y, aunque mi estatura fuera más baja que la suya, era preferible estar de pie y verme un poco poderosa que estar arrinconada en un extremo del cuarto y verme inofensiva.

La idea de soltar a la fierecilla que llevaba dentro estaba, la cuestión era poder quitarle las cadenas para liberarla.

Esa vida que quieres jamás existió. Fue una simple creación de tu imaginación.— informó, sin perderse ninguno de mis movimientos.

Eso era mentira.

Nada había sucedido dentro de mi cabeza, sus palabras eran absurdas y sin sentido. El mundo donde era una amada psicóloga y tenía a Eddie como mejor amigo, era real y no solo un cuento inventado. En mi subconsciente las cosas funcionaban correctamente bien, el único problema era que todavía estaba encerrada, todo lo demás estaba relativamente bien.

Incluso podía decir que hablar con una silueta de ojos rojos estaba bien.

— Eso no es verdad.— insistí, cuando pude quedar a su altura— Yo estaba perfectamente antes de que tú y Víktor llegaran a mi vida.

Su risa burlona se escuchó mucho más alto de lo normal y, por supuesto que con un excesivo cinismo de por medio. Entrecerré mis ojos cuando noté cierta chispa de diversión que, al parecer, mi perseverancia respecto al asunto le causaba. Quise golpearlo, o hacer algo para que dejara de reír, y así poder continuar con el tema principal y el más importante: salir de ese lugar.

Me abrumaba no saber cómo lograrlo, ni cómo explicarles a Eddie y Léonard todo lo que había pasado, sin que me tomaran como una loca del montón. Y sobre todo, me mataba no saber cómo volver a la realidad, y acabar con ese teatro de una vez por todas. Porque si mi imaginación había creado algo, estaba más que claro que ese algo era ese momento y que, a lo mejor, las palabras dichas por mi mejor amigo y jefe también eran un invento hecho por ella.

Yo era psicóloga y no una demente.

Tenía un amigo y no estaba sola.

Tenía un trabajo productivo y no vivía en un psiquiátrico.

Esos son muchos «no».

No era el momento para más burlas, demasiado ya tenía con todo a mi alrededor.

Abre los ojos, Alejandra, entiende que nada de lo que piensas es real.

— Tú eres real.— le aseguré, dando un lento y doloroso paso— Puedo verte y oírte, eso me confirma que eres real.

Con demasiado esfuerzo y tratando de no chillar por la incomodidad que me causaban mis piernas adormecidas, me fui acercando aun más a él. Sus ojos no dejaban de observarme y supuse que los míos se encontraban de la misma manera: fijos en su rostro distorsionado. Todavía estaba sorprendida de su aspecto; podía apreciar el color de sus iris y también sus grandes y blanquecinos dientes pero todo lo demás estaba tan borroso que era una tarea imposible tratar de encontrar algún indicio que me dijera cómo se vería si no lo rodeara tanta oscuridad.

Mi corazón palpitó dentro de mí al comprender que estaría muy cerca de la silueta, así como cuando estábamos dentro del elevador y, mientras que la ansiedad por saber qué sucedía luego me consumía, pude ver como su sonrisa creció.

Y tal vez, en otras circunstancias me hubiera preocupado por ese gesto que tantos malos recuerdos me traían, pero no en ese momento. Tenía la suficiente confianza para dejar el miedo a un lado y afrontar cualquier cosa, el pánico que antes me paralizaba ese día se había convertido en valentía. Sabía que pronto encontraría la verdad, solo hacia falta seguir caminando hasta hallarla.

Pero, como siempre ocurría, no todo era tan sencillo y, como en mi vida parecía suceder, no todo era real.

Ver como su figura desaparecía mientras que mi cuerpo atravesaba el suyo fue algo que no se podría comprender tan fácilmente, tampoco era capaz de procesarlo. Fue una experiencia única que me dejó una extraña sensación; una combinación de haber tocado la tela más fina y delicada del mundo, y a la vez sentir un aire frio que te congelaba por completo. Esa era la explicación que le hallaba a esa situación, y aunque pareciera cosa inventada así pasó.

Un humo negro y helado, sin carne ni huesos, eso era. Exactamente así era su composición corporal.

Permanecí en mi lugar mientras que lo procesaba todo, cosa que no fue posible.

Sinceramente, no lo entendía.

Si su cuerpo no tenía materia orgánica, ¿Cómo podía hacerse visible ante mí? Podía observar su negrura y su maldita energía ondear a su alrededor, sentía su presencia, sus pasos y podía oír su voz, ¿Quién más además de un ser humano sería capaz de hablar como él lo había hecho? Sin mencionar que pude sentir su tacto ¿Acaso él podía tocarme y yo no? Recordé cuando estábamos en el ascensor, su mano había permanecido sobre mi frente hasta que me desmayé. Lo sentí, y aún así, en ese momento el contacto entre ambos no se había dado.

Mi boca se secó al comprenderlo todo; estaba loca, y lo que había creído vivir solo había sido parte de mi imaginación.

— ¿Cómo es… posible?— noté como mis ojos se cristalizaban. El hecho de conocer mi realidad me superaba por completo.

Soy otra de tus creaciones.— me contó, volviendo a aparecer frente a mí.

Sus ojos rojos, eran de mi color favorito.

— Pero Víktor…

Su anatomía negra, era de su color favorito.

Recuerda que nada de eso pasó, ni sus conversaciones, ni tus pesadillas, nada.

— Lo vi tan real, era como un…— me quedé callada al no poder darle una explicación lógica.

Era como un sueño, te creaste una vida perfecta para huir de tu presente catastrófico.

Desvié la mirada hacia el suelo.

Sí, esa vida era más que perfecta.

Un empleo que me gustaba; una hermosa casa, un jefe compresivo, y un amigo que lo daba todo por mí. ¿Qué más podía pedir? Nada, solo volver a vivirlo aunque fuera por un par de minutos. No pedía mucho, solo regresar y despedirme de aquella fantasía que me había hecho tan feliz, decirle adiós a lo que, por un tiempo, creí de verdad.

Y por más que solo hubieran pasado algunas horas, echaba de menos mi vida rutinaria, incluso podía decir que quería volver a ver al pequeño Loky y sacarlo a pasear, recorrer todo el parque con él a mi lado. Teniendo presente a esa bola de pelos, no podía creer que hasta me había imaginado a un perrito, aun sabiendo que no me gustaba tener mascotas. Debía de aceptar que mi mente no tuvo mejor idea que esa, me había cumplido algo que quería inconscientemente.

«Algo que quería»

Moví mi cabeza de un lado a otro, haciendo crujir los huesos de mi cuello.

— Me gustaba esa vida.— una lágrima se deslizó por mi mejilla pero la limpié rápidamente. No me iba a mostrar derrotada— ¿Por qué tuviste que aparecer y arruinarlo todo?— le pregunté enfadada.

Fui creado subconscientemente, quizá tu loca cabeza se aburrió de verte tan feliz,— negué, eso no era verdad— A lo mejor quería que despertaras de esa fantasía y vieras la verdad.

— ¿Y tenías que ser tú quién apareciera?

Sí, yo...

— No me interesa.— le interrumpí, levantando mi mano— No quiero saber cuál fue tu estúpida idea para llegar y simplemente comenzar a asustarme.

Creí que eso funcionaria, lo siento.

— Como sea.— suspiré, ya no importaba su desconsideración— ¿Qué se supone que haga ahora?

Vivir tu vida.

Maldición.

¿Creía que era la princesa Fiona o Rapunzel, que permanecería la mayor parte de mi existencia encerrada y que no me importaría? ¿Qué carajo pasaba por su mente al decir aquello?

¡¿Qué vida podría tener estando encarcelada en un hospital psiquiátrico?! Ninguna, ¿Acaso no lo veía? ¿No notaba las cuatro paredes que nos rodeaban? ¿No leía la etiqueta imaginaria que llevábamos en la frente que decía: «demente»?

¡Estábamos prisioneros!

Porque sabía que si él estaba dentro de mi cerebro, al igual que yo, no podía salir de ese lugar. Daba igual si gritaba, pataleaba o insultaba hasta el mismísimo diablo, de todas formas no nos dejarían libres.

Alcé la cabeza hacia el techo, y cerré mis ojos.

¿En qué momento todo se había dado vuelta? ¿En qué momento quise vivir una vida que no era la mía? ¿Por qué deseé algo que no me pertenecía?

¿Qué tan mala era mi realidad como para no querer estar en ella?

Supuse que no se trataba únicamente de ser una huésped en ese lugar, detrás de todo ese asunto habían más cosas que, por el momento, se mantenían incógnitas para mí. Así como el hecho del por qué me habían internado, ¿Qué sucedió conmigo? ¿Cómo llegué a ese edificio?

¿Quién tenía la culpa de todo?

— Necesito saber...— le murmuré al aire— Tengo que recordar.


***


Bufé, gruñí, y maldije a los cuatro vientos cuando, al tratar de buscar alguna respuesta, no recibí nada a cambio. La habitación permaneció igual; sin movimiento, ni sonido, y al querer platicar ni siquiera la silueta fue capaz de contestar.

Supuse que, al ser inquilino en mi mente, su potencial de memoria y recordatorio era algo impresionante, sin embargo, no pude estar más equivocada. Su asistencia me dejaba en claro dos cosas: la primera; que no lo sabía todo, y la segunda; que ni ante mi llamado aparecería y platicaría conmigo. Porque, por más que lo deseara y se lo pidiera, no hacia acto de presencia; parecía perdido o simplemente no me quería dar las respuestas que requería, ni mucho menos tener una charla amistosa para conocernos mejor.

Tu creación te deja abandonada a la primera oportunidad.

No podía interesarme menos, lo único que pedía era que no me dejara sola cuando verdadera lo necesitara...

Prometo ayudarte en esto, pero tú también deberás de poner de tu parte.— me había dicho antes de desaparecer, y esperaba que cumpliera.

Y aunque fuera ilógico crear algo y que, por más que lo invocaras, no volviera, agradecía poder contar con otro par de manos. Solo esperaba no tener que estar a los gritos durante mucho tiempo diciéndole que se presentara, porque sino estaríamos en una gran desventaja, y el deseo de ser libre se me escurría por entre los dedos antes de verlo llegar.

Observé el cuarto una vez más, dejando de soñar despierta. Las paredes blancas creaban un ambiente melancólico y solitario, y si a eso le agregábamos que estaba sin compañía y con una maldita camisa de fuerza envolviéndome, entonces mi alrededor terminaba más desagradable de lo que ya era.

Pudo haber pasado minutos, o quizá una hora desde la última vez que hablé con alguien, o mejor dicho con algo. Me sentía ahogada en esa habitación tan clara, y aunque me moviera de un lado a otro, todo el lugar parecía desmoronarse con un suspiro y luego sin más volverse a reconstruir. Me asfixiaba con el solo hecho de ver tanta blancura en un espacio demasiado pequeño, el silencio también comenzaba a hacer de las suyas.

— ¡¿Alguien puede oírme?!—le grité a la puerta, quería salir.

Mis manos se apretaban con cada eterno segundo que pasaba y seguía de la misma forma. El repiquetear de mi zapato ya no me pareció entretenido; el aguantar la respiración o mantener la mirada fija en un solo lugar me aburrió con facilidad, el chasquear los dedos y tararear una canción al azar me fastidió. Incluso que, al golpear la puerta acolchonada, no provocara ningún sonido me agotó.

Necesitaba charlar prontamente con alguien o me volvería loca. Bueno... había olvidado que loca ya estaba desde hacia meses atrás.

— ¡Tengo que orinar!— exclamé, en un intento por causar alguna clase de empatía en la persona que estaba del otro lado.

1, 2, 3 minutos y nadie dijo o hizo algo.

Al ser consciente de que no recibiría respuesta; volví a retomar la actividad de dar vueltas de una pared a la otra, mientras que miraba los almohadones de suelo. Si alguien me hubiese observado en ese entonces, me hubiera comparado con un hámster dando vueltas en su rueda.

Estás atrapada como un animal.

Resoplé sin ganas de aguantar los comentarios de mi conciencia.

— Será mejor que aparezcas, exijo respuestas.—le advertí al aire, creyendo que con eso la silueta volvería.

Joder, si que estaba muy pero muy mal.

Una completa demente que, a la vista de cualquier persona, le hablaba a la nada. No existía alguna razón que pudiera dar para confirmar que mi forma de pensar era correcta, ni siquiera quería detenerme en ello. Lo mejor y más sano para mí era aceptarlo, solo por ese día, no me preocuparía por nada.

Era momento de asumir las responsabilidades, era momento de comprender algunas cosas aunque costara. Mi mente era magnífica a la hora de construir un mundo sin disturbios, pero no era capaz de afrontar la dura realidad.

Me detuve a mitad de camino cuando la puerta chilló al ser abierta, y mi vista viajó rápidamente a su encuentro.

Sonreí entusiasmada al verlo, y aunque de su parte solo recibiera un gruñido y una mueca de disgusto, estaba feliz de volver a verlo.

— Eddie.— lo saludé con alegría.

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